Ciudad de México /20

Agos Baldacci
8 min readMar 14, 2021

Se me habían paralizado las piernas y un frío intenso me achicharraba los huesos. Abracé a Fanny un poco entre dormida, las pastillas que había tomado estaban haciendo efecto, pero mantenía aún la lucidez, la escucha, y todos mis sentidos atentos. Subí hasta sus pechos, puse mi nariz entre sus tetas y le respiré profundo sin pedir permiso. Otra vez mi ansiedad, pensé.

Hace muchos años, casi mi vida completa, que cuando atravieso episodios de ansiedad, el cuerpo se me entumece y la única forma de parar ese recorrido a la muerte es haciéndome una paja. Me meto los dedos y como cual trámite, en menos de 5 minutos acabo profundamente, y el calor nuevamente me envuelve, me relaja la respiración y ya no soy tan consciente.

Había cruzando mis piernas por sus caderas y mi nariz seguía buceando entre sus pechos, y su mirada era la de total desconcierto pero, con un gesto de complicidad, apretaba fuerte mi puño.

Estábamos detenidas en una celda de migración en Ciudad de México. Éramos las únicas argentinas de todas las mujeres y niños que en ese pabellón estábamos demoradas. Esa noche fue el infierno mismo. Un niño gritaba por su padre y lloraba desconsolado, una beba de tres meses estaba hambreada, su madre ya no podía darle la teta, y cada chupón que hacía la beba se notaba que era leche agria y le rebasaba en su boca con expresión de asco.

Nadie sabía de mi paradero. Nos habían incomunicado desde el primer momento en que nos detuvieron. Unas horas atrás nada de esto lo hubiese imaginado.

La ansiedad me seguía comiendo el cuerpo. Cualquier intento por pajearme en ese momento resultaba una misión imposible. Todas estaban despiertas. Fanny no la iba a tortear, pedirle una paja a una piba que había conocido 12 horas atrás no tenía sentido. Mis pastillas para dormir estaban lejos, mi mochila había sido retenida y para tenerlas tenía que redactar una carta o actuar como una ansiolítica en pleno ataque de pánico, y tal vez así, tal vez, podía tomar una.

Respiré profundo y el olor a pis viejo que salía por la puerta abierta del baño terminó por matar mi excitación. Sentí que estaba caminando en una cornisa justo cuando entraron los de migración para pedir mis datos. Grité que me dejaran hacer una llamada, hacía 30 horas que estaba detenida y ya imaginaba la desesperación de mis padres y familia que lo último que vieron de mi fue una imagen que mandé al grupo de whatsapp que decía bienvenidos a Ciudad de México.

Me respondieron que no, que no podían autorizarme la llamada y que volverían más tarde para darme noticias de mi vuelo de vuelta.

Cuando ingresé a migraciones el 11 de enero, los papeles no estaban completos, me faltaba una carta de invitación de mis empleadores que certificara que iban a hospedarme y cuidarme en el contexto epidemiológico que azotaba a la población mundial. Algo sabía de esa carta, pero creí que no iban a pedirmela y fue tal la sorpresa que cuando me llevaron al cuarto de detención, aún no podía creer que era cierto.

Eran las seis de la tarde en México cuando ingresé a un cuartito de paredes húmedas y olor a transpiración. A las 20 horas tenía que hacer check in en Fiesta Inn, un hotel lujoso de Ciudad de México. Pedí que dieran aviso al hotel sobre mi demora, pero nada me respondieron.

Fueron muchas las horas que pasé ahí dentro esperando la segunda entrevista con migración, aproveché cada minuto para estudiar mi discurso y convencerme de que entraba si o si al país azteca, pero las imágenes por televisión de secuestros, asesinatos, migraciones en masa y el asalto al capitolio, me inundaron de miedo y me recorría el cuerpo entero la transpiración. Fue ahí cuando Fanny habló y su tonada entrerriana me emocionó. Le pregunté su nacionalidad y ahí mismo le dije que no nos íbamos a separar desde entonces.

Me contó que había pasado la entrevista y que le negaron el ingreso al país, ella venía con visa turista y un vuelo de vuelta a los 15 días, pero no tenía reservas de hotel o hostel como para certificar dónde iba a alojarse. Me dijo que le pidieron una coima de 1200 dólares para un abogado y como sólo tenía 500 dólares, supo que no tenía alternativa.

No alcanzó a contarme todo que me llamaron a mi. Eran las 2 de la mañana en México y no había pegado un ojo durante el vuelo que duró 26 horas, más las horas que estuve detenida. Tenía sed y hambre, y unas ganas de fumar que eran insostenible. Hacía más de dos días que no había podido fumar, mi vuelo tenía dos escalas, una en Santiago de Chile y otra en Lima, y las horas se habían vuelto eternas.

No recuerdo mi entrevista, entré en pánico y solo pude responder algunas cosas. Todo lo que había ensayado horas previas se fue a la mierda. Los hombres que me preguntaban sobre mi vuelo sabían que iba en busca de trabajo y que nada de lo que había dicho en migraciones era cierto. Estaba cantado que iban a pedirme plata, pero algo me hizo pensar que esa plata iba a ser repartida por los muchachos de migración, y que no existía tal abogado. Me dijeron que no podía ingresar y una angustia me aturdió la cien.

Me arrebataron la mente todos los recuerdos y esfuerzos que había hecho para llegar hasta ahí. La venta de todos mis muebles, los meses que pagué a mi inquilina por no resindir contrato a tiempo, mi renuncia a un puesto de trabajo excelente en un Centro de Interpretación Científica de Gobierno, la despedida de mis amigos y de mi familia, de mis amores y mis amantes. Pregunté al borde del llanto por mi vuelo de vuelta, me dijeron que no tenían certezas, podía demorar unos tres o cuatro días, incluso más. Pedí que me dejaran comunicarme con el consulado argentino, me lo negaron, pedí que me llevaran al baño porque me estaba meando, también me lo negaron. ¡Que ganas de cagarme un tiro, pensé! No tuve más opción que calmar mi angustia y hacerme de tripas corazón, como me dijo mi viejo antes de partir.

Me puse en el papel de la pija más grande de todas las detenidas en ese momento y entonces exigí que nos dieran respuestas concretas. Eran las 4 de la mañana y el frío me estaba absorbiendo los huesos. Se acercó un milico joven, con cara de pajero y simulé simpatía para que me concediera una llamada, es que me secuestraron el teléfono desde el primer momento que había ingresado a ese cuartito y la única posibilidad de llamar sin que me amenzaran por deportación era prostituyendo mi cara. No fue exitosa la operación y entonces repregunté cuando salía mi vuelo de vuelta.

  • Puede que salga mañana o pasado, o también en unos días. Tal vez dentro de cuatro días, pero no pasa de una semana.

Me puso rabiosa su respuesta y le contesté

  • ¡Tampoco pensaba quedarme más, concha tu madre!.

Esa respuesta me costó la estadía. Me demoraron más horas en ese cuartito, hasta que a la madrugada del día siguiente me sacaron esposada. Una sensación de alivio me cambió la cara, pensé que me llevaban a tomar mi vuelo de regreso a la Argentina, pero no. Me abrieron las puertas de un penal donde había más de 20 mujeres y niños detenidos. Me pidieron que me sacara toda la ropa, revisaron todos mis bolsillos, me sacaron los cordones de las zapatillas y el portavalores que llevaba encima. Me mandaron a una celda donde estaba Fanny, la abracé al instante y armamos un plan de supervivencia en conjunto: una dormía tres horas mientras la otra esperaba despierta la presencia de algún milico o milica para pedir por una llamada. Nuestras familias aún no habían sido siquiera notificadas de nuestra detención.

Pasamos un día completo encerradas ahí, hasta que nos informaron que nuestro vuelo salía a las 23 horas pero antes teníamos que pasar por un testeo de COVID 19 para regresar a nuestro país. Nos llamaron individualmente para realizar el test, el cual teníamos que pagar aparte, pues no cubrían ellos la prueba PCR. Di positivo y mi cuerpo de nuevo se paralizó. Pensé que no iba a regresar a la argentina por 7 días y que estaría encerrada en ese cuarto con olor a mierda de gato por los días siguientes. Fue ahí que me dejaron hablar con el consulado argentino para pedir una excepción y ofrecerme a hacer cuarentena en Buenos Aires. Me dejaron también comunicarme con mis padres, cuyo susto no puedo ni pensar. Migraciones argentina se comunicó con migraciones de México y me notificaron que podía volver, que iba a viajar aislada en el avión y que haría cuarentena en Ciudad de Buenos Aires por 7 días. Algo de suerte tuve, pensé. No me llevaba bien con las milicas que me custodiaban y nada me parecía más necesario que llegar a casa.

A las 2 de la mañana me regresaron en un vuelo que hacía una breve escala en Lima. Mi teléfono celular, mi pasaporte y mi documento seguían retenidos, ahora en mano de las azafatas del vuelo de Latam. Había aguantado el llanto durante casi 36 horas, y cuando subí a ese avión me quebré. No sentía ya el frío ni el paso del tiempo, estaba hambreada y paniqueada. Las azafatas se solidarizaron conmigo y antes de arribar a Lima me devolvieron mi teléfono para que pudiera comunicarme con mi familia y amigos.

El viaje y trabajo soñado que había comentado por redes sociales se fue a la mierda. Volvía a la Argentina, a la casa de mis viejos, sin empleo y con diez mil pesos en la cuenta únicamente. Todo aquello que había ostentado por instagram, que parece una bitácora digital de nuestras vidas, me daba vergüenza. Volver a mi país, comentarlo con mis amigos, todo me parecía demasiado. Me ahogaba la garganta la desilusión y el cansancio, habían pasado 72 horas desde que me habían detenido y todavía tenía que quedarme unos días sola, en un hotel desconocido de la Ciudad de Buenos Aires. La fiebre ya se hacía muy difícil de llevar, y la noche que volé de Lima a Buenos Aires, perdí completamente la conciencia. Me despertó Fanny y me llevó a primeros auxilios en Ezeiza donde me atendieron, me tomaron la presión y el ritmo pulmonar, aún así moría por fumarme un pucho.

Cuando llegué al Hotel donde iba a hacer mi cuarentena caí en una tristeza infinita, estaba desconsolada. Me veía más flaca, se me caía el pelo y tenía una invasión de granos en la cara. Mi familia y amigos me llamaban todos los días. Más de una vez mandé a la mierda a quienes me decían livianamente que todo pasaba por algo. ¡Que naif me resulta toda esa parafernalia de bajo costo que supone que el coach es la disciplina perfecta jamás divulgada para batallar los avatares de la vida!.

Me resultaba más simple aceptar toda la mierda y pedir un poquito de suerte, y tachar los desayunos y las cenas, para que la ansiedad y la espera no me terminara de reventar la cabeza.

Hace unos días encontré a Fanny por Instagram. Ella se instaló en Victoria, Entre Ríos y trabaja de moza en un comedor. Me dijo que quiere venir a visitarme. Yo estoy nuevamente instalada en la Ciudad de Córdoba, ocupo el trabajo al que renuncié meses atrás y hago desde mi casa el laburo de campaña pólítica para las elecciones mexicanas.

Las cosas nos están costando, yo ya no habito los lugares de antes, no voy al club, tampoco visito a mis amigas y los domingos escribo algunas memorias. Fanny está en la misma, la incertudimbre la tiene en una y desde que volvió soy su única amiga.

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Agos Baldacci

Comunicación social y social media. Acá escribo mis memorias sobre violaciones, femicidios, homicidios, sexo y amor. Quiero hacer de estas memorias un libro.