Agos Baldacci
6 min readMay 16, 2020

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Debajo de los ciruelos dos niñas se besaban.

De infante me gustaba tocarme o apoyarme en los vértices de algún que otro mueble de la escuela o incluso de mi hogar. Me seducía el placer que se producía entre mi vulva y yo al rozarla con algún objeto.

La dispersión mental, la interrupción del tiempo y el espacio, el placer de mojarse en una rosa cualquiera, es una verdadera conquista que hoy acepto y celebremente presumo.

Porque a mi corta edad era capaz de interrumpir una clase o un juego entre mujeres, o una siesta en casa ajena, montada sobre los vértices de algún mueble. La desobediencia como estandarte fue lo que hizo que mi madre le llegara un diario escrito un mensaje desde la dirección de la escuela en el cuaderno de notificaciones. Renglones que, firmados por la autoridad máxima de la institución, establecían lo que estaba normalmente aceptado y lo que no.

Debajo de los ciruelos de mi casa, jugaba todas las siestas a hacer el amor con mi mejor amiga. Mis seis años se tiraron encima de ella para tocarle a los pezones.

La niña que debajo de mí se deja tocar era mi mejor amiga, que mi madre por un invierno había adoptado en la familia. La primera vez la toqué en una siesta de verano, en el patio atrás de mi casa, mientras dormitaban mis viejos sus clásicas siestas, que aletargadas siempre me dan unos minutos para total libertad desnudarme la remera y apoyar mis pechos en los suyos

Los ciruelos y maduros caían, se desprendían de sus racimos de manera continua dos o tres ciruelos, carnosos y llenos de jugo. Explotaban al impactar con el suelo, regando de rojo el verde pasto que lucía en el verano.

Debajo de los ciruelos se besaban dos niñas, se tocaban despacito, se excitaban hasta masturbarse mutuamente. Reiteradas veces jugué a cogerme a mi amiga, besarle las piernas y saborearle los jugos de las orillas de su sexo.

Mis dedos se ponían siempre inquietos cuando los introducía dentro de ella, la curiosidad de reconocer el cuerpo, los espacios recónditos del cuerpo aparentemente enloquecerme. Sin saber que hicieron, éramos dos niñas que jugaban a chuparse los jugos mientras los padres dormían.

Mientras más pasaba el tiempo más aún era mi excitación. La adrenalina y el peligro de ser descubiertas y, posiblemente, enviando un proceso de reflexión sin límites, me asustaba al mismo tiempo que engordaba mi excitación por el juego que hizo con ella.

Fue rutina. Tanto que me acuerdo la espera y la intensidad con la que la esperaba. La excesiva planificación de cuidados que hizo y las millas de excusas que inventaba para invitarla a jugar.

Una vez fracasé.

Fui descubierta mientras jugaba en el placar de mi habitación. Colgaban de las perchas gigantes vestidos y pañuelos mi madre interrumpió abriendo la puerta y entrando sin pedir permiso a la habitación. Yo estaba escondida entre las ropas que colgaban de las perchas semi desnudas, encima de mi amiga y ella sosteniendo su mano dentro de mi vagina.

Mi mamá se hizo la distraída como negando la situación en la que nos ocurrió, y casi automáticamente propuso un tema de conversación entre nosotras. Mi amiga se solicitó al instante, se vistió rápidamente y le pidió disculpas a mi madre por la situación que aún ella, mi madre, insistentemente negaba haber visto. No hice lo mismo, no expresé disculpas porque sabía que la complicidad que mi madre estaba intentando construir, era la mejor opción entre tantas.

Después de esa escena, mi amiga que por aquellos tiempos vivía en mi casa, por una semana entera se ausentó. Fue una semana en la que no compartimos meriendas, ni nos acostamos por las noches en la misma cama, así que inocentemente busca masturbarse en las siestas pensando en los juegos que con ella hizo.

Por primera vez lograría mojarme solo con mis manos y sin rozarme con un mueble cualquiera. Descubrí que podría llegar a mojarme entera rosándome con los dedos los labios de la vagina y que podría terminar extasiada de placer metiéndome la mano adentro y aguantando la respiración por algunos segundos.

Recurrí a quitarme las ansias con mis propias manos. Sentía que tenía un poder particular, porque no sabía de otras compañeras de grado que tuvieran la misma capacidad de correlación sobre tocándose la vagina. Muchas veces sentí que era anormal y que lo que estaba haciendo no era de una chica sana. Sin embargo lo seguía haciendo y rápidamente siempre nuevas formas de excitarme más rápido. Incluso de mañosa, insistir en terminar y podría terminar tres veces en una misma siesta con solo descansar unos minutos.

La espera se tradujo en hartazgo…

Decidí salir a buscarla, no quería ir sola así que recurrí a la complicidad de mi vieja que también se había cansado de esperarla. La encontramos en una plaza abandonada, cerquita del campamento que cruza todas las mañanas para ir a la escuela. Mi madre pensó invitarla a cenar con la sospecha de que no había comido en el día y que tendría una forma amistosa de invitarla a volver al hogar.

Ella no aceptaba la invitación. Era un pánico terrible por volver a su casa, la nota tensa y se ponía necia cuando mi vieja mencionó llevarla a su casa. Fueron difícil las veces que se negó a volver a su casa, hasta que se hizo por la insistencia de mi madre se animó a marchar.

Aquella noche hizo un frío que calaba los huesos. Los inviernos en el pueblo son fríos y húmedos, de continuas heladas y las salamandras nunca alcanzan. Afuera sopla un viento que es un verdadero punzón visceral.

Con mi vieja la acompañamos hasta su hogar que compartía con seis hermanos, su madre y todos los amantes del turno de esta. Fue arduo el camino y cuando llegamos a la esquina, mi amiga de manera brusca nos despidió.

Supe que mi mamá no iba a moverse de esa esquina hasta no verla entrar, y yo con una actitud de compañera incondicional asumí la misma tarea y me quedé firme a su lado esperando verla entrar.

Al instante escuchamos unos gritos muy fuertes. Su madre estaba laburando.

Mi amiga, la hija de una puta que con cinco hijos detrás de su pierna cogía a gritos, y sus gritos retumbaban en las calles del pueblo, corría furiosa hacia nosotras. Ni el frío y la escarcha le frenaban el trote.

Nos pidió a ruegos que no la dejáramos ahí y que lleváramos a la casa de su tía, que por supuesto quedaba del otro lado de la ruta a unos cinco kilómetros de donde estábamos.

Del otro lado de la ruta hay un barrio humilde, de terrenos baldíos y muchos perros que se llama Villa Nueva. La ruta provincial número cinco divide Villa del Dique y Villanueva, por supuesto es la típica división geográfica entre las clases bajas de las altas.

Decidimos emprender el viaje, el frío de la noche no daba espacio para pensar, dudar o titubear y la decisión estaba tomada. Las tres desafiábamos el frío, el ansío de llegar y el tiempo del camino a pie.

Ninguna estaba segura de lo que hacía, no sabíamos cuán efectiva era la marcha hacia la casa de la tía, pero entendíamos que no teníamos otra opción solo llegar hasta ahí.

A los veinte metros de distancia pudimos escuchar los gemidos que se perdían en el eco de los árboles. Como el ruido del afilador de cuchillos, agudo e intenso,extendido en el tiempo. Los gemidos provenían de la casa de su tía.

El frío obligaba a volvernos pero yo insistía en quedarme y escuchar los gritos. No tuve éxito, el escape era la mejor opción barajada hasta ese momento. Emprendimos así el camino de regreso a casa.

Mi amiga, la hija de una puta que con cinco hijos detrás de sus piernas cogía a gritos en las calles del pueblo. Sobrina de otra puta que chillaba y el goce traspasaba cualquier cemento que intentara encerrarla. Prima hermana de la prostitución, del hastío y la miseria, se volvía con nosotras, con los ánimos sobre la tierra escarcha y con el corazón cubierto de vergüenza.

Esa hija de puta era mi mejor amiga, mi cómplice, mi amante de todas las siestas, mi recreo diario, que sin ser capaz de juzgarme jugaba con mi vagina como yo jugaba con la suya.

Mientras que en la intimidad de mi habitación jugábamos al amor, en los horarios de la escuela cuando ella asistía con su taza de plástico a la merienda del colegio, yo me sumaba a las burlas que mis compañeras ejercían hacia ella. Y cuando me preguntaban de ella, casi no pronunciaba nuestra amistad.

La escondía en los escombros de hojas muertas, de las calles de tierra, de aquel invierno repleto de escarcha.

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Agos Baldacci

Comunicación social y social media. Acá escribo mis memorias sobre violaciones, femicidios, homicidios, sexo y amor. Quiero hacer de estas memorias un libro.